¿Están todos los ritos humanos marcados por la tragedia? Tras leer “Mil cretinos”, la última obra de Quim Monzó, a uno le asalta la sensación de que la vida -ese bucle sin fin que desemboca irremediablemente en la sombría vejez-, es más patética y deprimente de lo que, mientras se respira, se suele advertir.
Y es que, a pesar de que el escritor catalán no ha dudado en afirmar que éste es su libro más alegre, lo cierto es que el poso que deja “Mil cretinos”, es fatigosamente triste y dolorosamente incómodo.
El libro está dividido en dos partes bien diferenciadas; la primera está compuesta por una hornada de siete relatos que podrían ser catalogados de tradicionales, mientras que la segunda, consta de doce textos que, debido a su extensión e intensidad, pueden ser contemplados como microrrelatos.
Sórdidos, aciagos y trascendentes, los cuentos se presentan en la obra, aparentemente autónomos, y entrañan el acercamiento al entendimiento de la anatomía moral humana, mediante la narración de algunos actos cotidianos, a veces simplemente anecdóticos.
Así de lúgubre se presenta la primera de las narraciones, “El señor Beneset”, que cuenta cómo un anciano viudo se acicala y viste de mujer ante la impasible mirada de su hijo que se encuentra de visita en el geriátrico. Monzó quiere demostrar así que los cretinos están en todas partes, incluso en los escenarios más inhóspitos como los hospitales o las residencias para ancianos.
El cinismo, la mordacidad, el humor negro tan característico del escritor, alcanza su expresión más brillante en algunas de las pequeñas estampas albergadas en la segunda mitad de la obra. Este es el caso de “El tenedor”, que denuncia la actitud de una mujer que, aprovechando la retirada puntual de su compañero de mesa en un restaurante, cambia su tenedor -que acaba de caer al suelo- por el de su amigo ausente.
El análisis frío, aséptico de los diferentes tics de la conducta humana aparece encerrado dentro de una narración lineal, cronológica, donde el autor nunca anticipa ningún dato ni tampoco esconde ningún tipo de información al lector, el cual, a su vez, descubre la progresión de las historias, al mismo tiempo que el autor avanza –sorprendiéndose- en el desarrollo de su trabajo de observación.
Con “Mil cretinos”, una vez más, encontramos que -sin necesidad de decorar sus historias con un lenguaje rimbombante, pretencioso o recargado-, el narrador catalán más innovador y original, consigue comprimir en unas cuantas líneas el sentido de este mundo.
Y es que, a pesar de que el escritor catalán no ha dudado en afirmar que éste es su libro más alegre, lo cierto es que el poso que deja “Mil cretinos”, es fatigosamente triste y dolorosamente incómodo.
El libro está dividido en dos partes bien diferenciadas; la primera está compuesta por una hornada de siete relatos que podrían ser catalogados de tradicionales, mientras que la segunda, consta de doce textos que, debido a su extensión e intensidad, pueden ser contemplados como microrrelatos.
Sórdidos, aciagos y trascendentes, los cuentos se presentan en la obra, aparentemente autónomos, y entrañan el acercamiento al entendimiento de la anatomía moral humana, mediante la narración de algunos actos cotidianos, a veces simplemente anecdóticos.
Así de lúgubre se presenta la primera de las narraciones, “El señor Beneset”, que cuenta cómo un anciano viudo se acicala y viste de mujer ante la impasible mirada de su hijo que se encuentra de visita en el geriátrico. Monzó quiere demostrar así que los cretinos están en todas partes, incluso en los escenarios más inhóspitos como los hospitales o las residencias para ancianos.
El cinismo, la mordacidad, el humor negro tan característico del escritor, alcanza su expresión más brillante en algunas de las pequeñas estampas albergadas en la segunda mitad de la obra. Este es el caso de “El tenedor”, que denuncia la actitud de una mujer que, aprovechando la retirada puntual de su compañero de mesa en un restaurante, cambia su tenedor -que acaba de caer al suelo- por el de su amigo ausente.
El análisis frío, aséptico de los diferentes tics de la conducta humana aparece encerrado dentro de una narración lineal, cronológica, donde el autor nunca anticipa ningún dato ni tampoco esconde ningún tipo de información al lector, el cual, a su vez, descubre la progresión de las historias, al mismo tiempo que el autor avanza –sorprendiéndose- en el desarrollo de su trabajo de observación.
Con “Mil cretinos”, una vez más, encontramos que -sin necesidad de decorar sus historias con un lenguaje rimbombante, pretencioso o recargado-, el narrador catalán más innovador y original, consigue comprimir en unas cuantas líneas el sentido de este mundo.
2 comentarios:
¿A que centro de adiestramiento canino te ha llevado tu ama para aprender a leer? ¿o es que acaso Quim Monzó a sacado una edición en cinta de cassette gruñida para perros?
Está claro que si ha llamado la atención de un perro de aguas quizás merezca la pena decirle al del circulo de lectores que me lo acerque a casa.
Aquí esta la "h" que se ha caído antes.
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